miércoles, 4 de marzo de 2009

Jesús, pescador de pared


Las cañas estaban acomodadas como cañones. Apuntaban al cielo y del último pasahilo colgaba una campanita. El cielo gris, la amenaza de lluvia, no le movía un pelo. Jesús, así se llamaba el hombre, tenía una sabiduría masticada en horas y horas esperando que esa campanita de mierda sonara de una vez por todas y delatara el pique de algún bagre o “amarillo”. Desde que el río esta podrido por dentro y por fuera eso ocurre con la frecuencia de las erupciones volcánicas. Entonces, ¿qué queda? Pensar. Hasta el individuo menos pretensioso respecto del acongojante acto reflexivo caería en la trampa. No queda otra: o pensás o te conseguís una radio portátil con auriculares. Pero, si escuchás el partido, por ejemplo, corrés el riesgo de no oír la campanita. Y la campanita es todo cuando uno va a pescar. Jesús, siempre lo afrontó y piensa. A su manera, claro.

 “Flaco, mirá, yo me vengo acá para escaparme de casa”, dice como una obviedad, aunque por la traza de su rostro podría intuirse que se fugó de una cárcel de alta seguridad. “Es así. Las mujeres viven de la reacción: no tienen otra manera… Necesitan que pase algo para tener una opinión; con el tiempo todos sus pensamientos terminan siendo negativos y el único boludo que tienen adelante sos vos. Son negativas porque reaccionan y, tienen razón, porque las cosas que pasan son malas, pero a veces es mejor dejarlas pasar” comenta con la mirada fija en la campanita. “Tienen un aguante impresionante para cargar el tanque de angustia… llenan el tanque, lo bajan y lo vuelven a llenar varias veces en el día”, acomodó el relato. Parece que Jesús había llenado el tanque, pero de vino, porque las palabras salían un poco flojas y alargadas. “Sos casado”, interrogó. “Aaahh… entonces cagaste. En algún momento te va a pasar que todo lo que hacés está mal. Es como que necesitan de vos para putear, porque sino no tienen en qué pensar. Uno empieza contestando, se enoja; después tratás de no darle bola y elegís ser medio autista; al final te fugás. Los que tienen guita se van con otra, los que no, vienen a pescar, flaco, así de simple”, dijo.

-Tin,tin,tin, sonó la campanita.

Jesús recogió la línea. Un bagre blanquecino con la piel medio transparente colgaba del anzuelo. Mediría unos cinco centímetros. Lo desenganchó del anzuelo con una pinza y lo tiró en un balde con agua putrecta. Encarnó lanzó tan lejos como sus fuerzas, su angustia y su miseria le permitieron. No llegó lejos. A estos tipos les dicen “pescadores de pared” porque ponen las cañas en la escollera y nunca tocan el agua (por fortuna). 

“Te juro que no doy más… me tengo miedo. Vuelvo a casa y la jabru me espera con esa cara de orto intragable y no sé qué hacer… en cualquier momento me sale una locura, lo único que me salva es esto”, dijo mientras movía la cabeza y apretaba la empuñadura de la caña. 

La llovizna empezó a caer. Tomó el balde y devolvió el pequeño bagre el agua desde 30 metros de altura. Le dio marcha a los reels de las cañas y empezó a subir las cosas a un Falcon desvencijado con una calcomanía de "Mundo Marino" en la luneta. 

Uno en esos momentos agradece que exista la pesca, la Costanera, los pequeños bagres mugrientos y hasta el río podrido lleno de pañales y tampones usados. 

Jesús más que nadie...

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