domingo, 24 de agosto de 2008

Por qué


La memoria tiene un
comportamiento hostil, al menos, en estos casos.
¿Por qué me acuerdo tan detalladamente cuando me dijeron que ya no era el preferido de mi viejo?; ¿por qué recordaré aquel cumpleaños tirado al lado del palo del arco de fútbol sin poder moverme por la fiebre reumática?; ¿por qué tendré tan presente la woolly worm con la que pescaba Fontinallis en el Moreno?; ¿por qué también aparecerá tan seguido la muddler minow con la que encaraba el pozón del Conde en el Limay?.... ¿por qué me acuerdo tan nítidamente la casilla donde ensayábamos con PP y MP, cagados de frío, con guantes?; ¿por qué estarán tan presentes Lipsis, en Avenida de los Incas y la Nave Jungla?; ¿por qué me acuerdo de la emoción de aquel día cuando entré al Dorado y la banda estaba tocando "el instrumental"?; ¿por qué seguiré empeñado en recordar el río Gutiérrez cuando no puedo dormirme?
¿Por qué, la puta digo, me habré olvidado las llaves de mi casa ahora que quiero entrar?


lunes, 18 de agosto de 2008

Cha digo


Era 1997 o tal vez 1998. Perico, dipsómano, ex cocainómano, ex amante de Ante Garmaz y, sobre todo, sonidista de AT y dueño de la sala donde ensayamos nos dice algo así: “Acá está Melingo, acaba de escaparse del Borda y anda en patas con la camisa del hospital totalmente choborra”. Y ahí estaba: Melingo. Esto fue antes de Tangos Bajos, el disco con el que inició un camino de perversión de un género demasiado sagrado (según los academicistas) para entrarle así nomás.

Melingo lo hizo. Y lo volvió a hacer. Después de varios años de contoneo sospechoso con cierta inteligentzia del género regresó con Maldito Tango. En el medio fue Ufa! un disco largo, medio urgente y desordenado. También Santa Milonga una obra de presentación, supongo, para sonar en otras latitudes como Europa. Allí le salió bien porque empezó a nombrárselo cada vez más seguido en los medios: Ojo, que cuando lo ví en aquella oportunidad en lo de Perico era la imagen muerta de alguien a quien no le podría salir nada bien hasta ponerse el piyama de madera de pino.

A veces pasa. Incluso las personas más desangeladas guardan un poco de inocencia. La ingenuidad en el amor, el trabajo y en la música, pienso, se pierde al cabo de tres décadas en la vida. Y, cada vez, resulta más difícil volver a emocionarse, querer o creer. “Cha digo” uno de los temas de Maldito Tango tiene el efecto de devolverte la esperanza. Entre tantos músicos intentando “renovar” el tango (la mayoría de las veces son sólo palabras vacías) aparece esa canción, que no es una más, sino "LA CANCION". Tal vez lo más oscuro que se haya hecho por aquí (supongo que le gana holgadamente a Carancanfunfa, tema aún inédito de AT). En esta oportunidad, Melingo, le pega un volantazo al 2x4 y lo coloca en una frecuencia totalmente distinta. Todo el disco vale la pena.
Aunque, “Cha digo”, es el mejor tema del año y no creo que pueda superárselo tan pronto.
Véalo amigo también, aunque haga mal: http://www.youtube.com/watch?v=k-gUXoMBIdM

lunes, 11 de agosto de 2008

Viñeta de pesca rosarina


El progreso, ellos lo saben, trae a la orilla pequeños tesoros, pero suele también llevarse otros más valiosos: como la marea –aunque mucho menos poético e igual de marcial-. Ellos lo saben.

Y por eso resisten, en realidad, sin hacer mucho más que gritar: “¡Va plomo!”, antes de pegar un latigazo con la caña de pesca para lanzar varios anzuelos con lombrices bien gordas encarnadas. Estoy hablando de un club de pesca rosarino, justo ubicado en una de las bajadas al río donde terminó de erigirse un monumento al porteño más recalcitrante –aunque un rosarino daría un brazo por negarlo -.
Se trata de un paseo al estilo Puerto Madero, donde hasta hace poco, estaban los antiguos galpones ferroviarios y los okupas. Los pescadores siempre estuvieron ahí. Hay un muelle medio enclenque. Cientos de ellos van los fines de semana desde hace más de cincuenta años a comer un asado, tirar la carnada y emborracharse con amigos. “¿Sabés cuál es la manera de vivir más?”, me preguntó uno. “Esteeee..., no, creo que no”, contesté. “Rascárse las bolas, así de simple, pero está terminantemente prohibido”, me dijo. El club tiene mesas. Se exige llevar por decoro un mantel y hay unos cuantos lockers oxidados donde guardan sus enceres de pesca. “Antes yo venía acá y sacaba cualquier cosa... ahora no hay un porongo”, me comenta otro. Está por echar al agua un extraño aparejo especial para pescar sardinas: al parecer, esos peces –que conozco bien, pero enlatados- suben del mar hasta aquí para desovar.
Los pescadores están preocupados. Entienden que no les queda mucho tiempo. “Esto habría que arreglarlo”, escuchó decir, como al pasar, a un rosarino calzado en sus zapatos náuticos –abundan por esas tierras- en cuanto ingresa al club. Supongo que, a pesar de que siempre estuvo aquí, lo acaba de conocer. Claro, ahora, esta parte de la ciudad es una meca comercial, un paseo para los bienintencionados ricachones de la antigua Chicago argentina. Y el club, a todas luces, no reúne los estándares que pretenden para lo que descubrieron como “la costa del río”.
Uno de los fisherman un poco impresentable, de repente, levanta algo pesado del fondo de ese río color león, por el cual, el tránsito de buques cerealeros es incesante. “Qué es eso”, le preguntó. “Un moncholo”, contesta. Y sale un pez, tipo bagre con unos bigotes larguísimo y una panza a punto de explotar: “Es transgénico, comen la soja que se cae de los barcos” me dice y se ríe. Todos pescan. Algunos apuran un vasito de vino. Arriba, en cambio, los turistas –una nueva raza- y los rosarinos amantes del progreso quieren echarlos a patadas.
El primer bastión del cambio inexorable se llama “Los jardines de Hildegarda”, un restaurant muy pomposo (incluso desde el nombre) que reemplazó a Guillermo Tell, el antiguo club de pescadores. Allí, donde estaban las parrillas y las mesitas, ahora, hay diseño puro: la nueva estética que reemplazó a las mesitas con mantelitos de hule fue impuesta por el “artista plástico” de marras de Rosario: en verdad, un tarado que pegó recortes de revistas en las parede al estilo De Loof en el El Dorado de la década del ochenta. Incluso, no falta la foto del Negro Olmedo al lado de la de Marilyn Monroe para darle un toque local.
Pienso: ¿Tantos años en la lona, chupando birra en los bares viejos, imaginando “proyectos” que creían increíbles... derivó en esto? Los rosarinos deberían estar un poco avergonzados, porque, en definitiva “el proyecto” no era más que un Puertito Madero. “Hilde-garca” terminó con el antiguo club. Ahora, hay cocina gourmet y el muelle está cerrado al paso. No se porqué, pero espero que el agua suba y termine de llevarse a esta elitización estúpida, sin onda, de algo que hasta no hace cinco años era un refugio.
No me anima la nostalgia a escribir esto, pues de rosarino no tengo nada. Sólo amigos. Pero presiento que a los librepensadores de esa ciudad, magnífica y llena de sortilegios, les han lavado el cerebro.
Máxima: ¡¡¡Un gobierno socialista no implica un carajo!!!
Para este posteo se me ocurrió música de Vera Baxter, una banda de Rosario y amiga de AT que me parece de lo mejorcito. Están por sacar su próximo disco que escuché y me pareció muy interesante: http://www.youtube.com/watch?v=nM_V95Nl0-k
Esperemos que este año volvamos a tocar allá, como lo hicimos en los últimos tres... antes de que a algún artista gourmet se le ocurra el sushi de boga.

domingo, 3 de agosto de 2008

Saludismo perverso


Las religiones o el comportamiento religioso siempre provoca sospechas.
Y no estoy hablando de los dogmas clásicos como el cristianismo, el judaísmo, el protestanismo, el luteranismo, el calvinismo, el hinduismo, el shintoismo, el islamismo, el taoismo y algunos “ismos” más. Sino de otros nuevos, solapados, aún sin organización, pero mucho más dañinos, si es que puede haber algo peor. El culto por la salud, la vida sana, el “mantenerse joven” creo que es la nueva religión de occidente, con consecuencias que, todavía, no pueden sopesarse en toda su magnitud.

Como sea, legiones de personas en el mundo consideran, hoy a la salud, como un valor moral, más que una dicha. Y, a la enfermedad, como un pecado, más que una caída en desgracia. Es grave. Muy grave: de una insensibilidad perversa. Los niveles de megalomanía por centímetro cuadrado alcanzan un grado que no podrían haber imaginado ni Napoleón ni Adolf Hitler. La transvalorización que vaticinó Nietzsche, justo para esta época de la historia, qué curiosidad, nunca estuvo más clara. Hay que dar la “vida” por la "salud”.

Toda religión tiene sus rituales y códigos. El “saludismo” también. Miren sino a todos esos jóvenes, “viejos y torpes”, calzándose pantalones de felpa y las zapatillas para participar del “tenkei” (10K). O los miles que ejercen un juego sádico con quienes no aceptan dejar de fumar o de beber. Cuidarse la salud, vivir más, y ser joven, aparece increíblemente relacionado con el buen temple y la seguridad que deberían transmitir o intentar vender los mejores exponentes de la sociedad. Entre los hombres, frente a la inseguridad general de un género en extinción, el “saludismo” se propaga como la peste. Estos muchachos, ahora, se cuidan, trabajan, ganan mucho dinero -eso dicen- y, como si fuera poco, viven eternamente.

No hay conversación que me cause mayor aburrimiento que la que gira en torno del cuidado del cuerpo: un elemento, además, que presiento perecedero. Inclusive esta nueva religión cuenta entre sus filas a “atletas del progresismo” (AP) que consideran una gran batalla ganada a las tabacaleras, por decir algo, que en la Capital Federal o en Rosario se haya prohibido fumar en los locales públicos. Ellos, pobres imbéciles, corren -siempre es lo mismo- todas las mañanas o juegan al squash y comen hierbas, mientras el resto de los subnormales, toma whisky, se emborracha, fuma como murciélagos y, para colmo –algo imperdonable-, pichan de vez en cuando.
Estos señores, los “AP”, para colmo suelen quejarse el autoritarismo, de la insensibilidad social del sistema y, de pajas por el estilo, cuando representan, a esta altura, a la policía más abominable: la que no permite disfrutar del propio ocaso, la del "gatillo (nike) fácil". "Después te sentís mucho mejor" suelen argumentar los saludistas sobre el tema de correr y correr y correr.
Como dijo alguna vez un pensador argentino a quien no voy a nombrar (no me acuerdo el nombre): “Querer ser saludable en un mundo enfermo es realmente patológico”.

Hace años salía de un boliche localizado en Avenida de Mayo, digamos que en mal estado, y casi me atropella el ejército “tenkei”: www.youtube.com/watch?v=6tKk06sSPOY. Recuerdo que eran como las 9 del domingo y, claro, no había reparado en que estaba cruzando la línea de largada de una exhibición del “saludismo” más rancio por la avenida 9 de Julio. Estos milicos en pantaloncitos cortos estuvieron a punto de aplastarme y escuché que alguien me puteaba por lo bajo (creo que me dijo "puto" con mucha "p")

En perspectiva, ya empiezo a tomarle cariño al hecho de ingresar a una iglesia, sentarme ahí, pensar en silencio y hasta tirarme algún lance con un santo a ver si se cumple algo. Música para esto se me ocurre mucha. Pero este tema de “vida saludable” me parece que resume mis sentimientos: http://www.youtube.com/watch?v=VxCM9dellRs