lunes, 11 de agosto de 2008

Viñeta de pesca rosarina


El progreso, ellos lo saben, trae a la orilla pequeños tesoros, pero suele también llevarse otros más valiosos: como la marea –aunque mucho menos poético e igual de marcial-. Ellos lo saben.

Y por eso resisten, en realidad, sin hacer mucho más que gritar: “¡Va plomo!”, antes de pegar un latigazo con la caña de pesca para lanzar varios anzuelos con lombrices bien gordas encarnadas. Estoy hablando de un club de pesca rosarino, justo ubicado en una de las bajadas al río donde terminó de erigirse un monumento al porteño más recalcitrante –aunque un rosarino daría un brazo por negarlo -.
Se trata de un paseo al estilo Puerto Madero, donde hasta hace poco, estaban los antiguos galpones ferroviarios y los okupas. Los pescadores siempre estuvieron ahí. Hay un muelle medio enclenque. Cientos de ellos van los fines de semana desde hace más de cincuenta años a comer un asado, tirar la carnada y emborracharse con amigos. “¿Sabés cuál es la manera de vivir más?”, me preguntó uno. “Esteeee..., no, creo que no”, contesté. “Rascárse las bolas, así de simple, pero está terminantemente prohibido”, me dijo. El club tiene mesas. Se exige llevar por decoro un mantel y hay unos cuantos lockers oxidados donde guardan sus enceres de pesca. “Antes yo venía acá y sacaba cualquier cosa... ahora no hay un porongo”, me comenta otro. Está por echar al agua un extraño aparejo especial para pescar sardinas: al parecer, esos peces –que conozco bien, pero enlatados- suben del mar hasta aquí para desovar.
Los pescadores están preocupados. Entienden que no les queda mucho tiempo. “Esto habría que arreglarlo”, escuchó decir, como al pasar, a un rosarino calzado en sus zapatos náuticos –abundan por esas tierras- en cuanto ingresa al club. Supongo que, a pesar de que siempre estuvo aquí, lo acaba de conocer. Claro, ahora, esta parte de la ciudad es una meca comercial, un paseo para los bienintencionados ricachones de la antigua Chicago argentina. Y el club, a todas luces, no reúne los estándares que pretenden para lo que descubrieron como “la costa del río”.
Uno de los fisherman un poco impresentable, de repente, levanta algo pesado del fondo de ese río color león, por el cual, el tránsito de buques cerealeros es incesante. “Qué es eso”, le preguntó. “Un moncholo”, contesta. Y sale un pez, tipo bagre con unos bigotes larguísimo y una panza a punto de explotar: “Es transgénico, comen la soja que se cae de los barcos” me dice y se ríe. Todos pescan. Algunos apuran un vasito de vino. Arriba, en cambio, los turistas –una nueva raza- y los rosarinos amantes del progreso quieren echarlos a patadas.
El primer bastión del cambio inexorable se llama “Los jardines de Hildegarda”, un restaurant muy pomposo (incluso desde el nombre) que reemplazó a Guillermo Tell, el antiguo club de pescadores. Allí, donde estaban las parrillas y las mesitas, ahora, hay diseño puro: la nueva estética que reemplazó a las mesitas con mantelitos de hule fue impuesta por el “artista plástico” de marras de Rosario: en verdad, un tarado que pegó recortes de revistas en las parede al estilo De Loof en el El Dorado de la década del ochenta. Incluso, no falta la foto del Negro Olmedo al lado de la de Marilyn Monroe para darle un toque local.
Pienso: ¿Tantos años en la lona, chupando birra en los bares viejos, imaginando “proyectos” que creían increíbles... derivó en esto? Los rosarinos deberían estar un poco avergonzados, porque, en definitiva “el proyecto” no era más que un Puertito Madero. “Hilde-garca” terminó con el antiguo club. Ahora, hay cocina gourmet y el muelle está cerrado al paso. No se porqué, pero espero que el agua suba y termine de llevarse a esta elitización estúpida, sin onda, de algo que hasta no hace cinco años era un refugio.
No me anima la nostalgia a escribir esto, pues de rosarino no tengo nada. Sólo amigos. Pero presiento que a los librepensadores de esa ciudad, magnífica y llena de sortilegios, les han lavado el cerebro.
Máxima: ¡¡¡Un gobierno socialista no implica un carajo!!!
Para este posteo se me ocurrió música de Vera Baxter, una banda de Rosario y amiga de AT que me parece de lo mejorcito. Están por sacar su próximo disco que escuché y me pareció muy interesante: http://www.youtube.com/watch?v=nM_V95Nl0-k
Esperemos que este año volvamos a tocar allá, como lo hicimos en los últimos tres... antes de que a algún artista gourmet se le ocurra el sushi de boga.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hace unos años fui con cuatro amigas un fin de semana a festejar mi cumpleaños a Rosario. Allá conocimos a unos chicos que nos llevaron a almorzar a una vieja cantina que quedaba pegada al río y a la que llegabas subiendo por un ascensor al aire libre (?) de chapa que daba un poco de miedo. La vista era increíble, tenía unas barandas que daban al río y abajo se veían familias sentadas en mesas de plástico con manteles de hule. Comimos bogas deliciosas y cuando salimos nos dijeron ellos que el lugar se llamaba La Boga Loca. Al siguiente viaje, con otros amigos, les hablé de este lugar y pasamos horas caminando, tomando taxis, haciendo lo posible por encontrarlo al punto que ya ni me creían que existía porque preguntábamos por LBL, que parecía un clásico entre pescadores, y nada. Años después fui con mi novio y caminando por el río, cerca de un centro cultural, apareció el lugar sin buscarlo. No se llamaba así y me di cuenta que el nombre había sido un invento de aquellos rosarinos que conocí en el primer viaje.

Anónimo dijo...

Bueno si disfrutaste de esos lugares es posible que con el paso del tiempo no existan m]as lamentablemente. Nadie dice nada,incluso en Rosario, pero creo que la ciudad va a perder algo. Tal vez desde el municipio podr[ian invertir un poco en mejorarlos porque algunos son medio s[ordidos para los est[andares medios. Pero de ah[i a que desaparezcan por una est[etica totalmente antinatural e impostada me parece rid[iculo