martes, 28 de octubre de 2008

Cartucheras


Habría que entregarles el premio a la permanencia. Hace casi 30 años –sí, tres décadas- que Las Canoplas tocan juntos. En algún momento ganaron un premio -1988- a la banda revelación en un programa de Tom Lupo. Así grabaron un disco (Bat Man) que no les hizo ninguna justicia. Y siguieron al margen del margen cuando el margen significa riesgo y no desidia.


Están afincados en La Plata, pero no son de ahí. Fueron la materia prima del nuevo rock (especialmente de Peligrosos Gorriones y otros), aunque nunca nadie se los reconoció, ni tampoco obtuvieron un empujón.

Vienen de tierra adentro: algunos de una localidad mendocina, otros del interior bonaerense. Hacen una música que hoy puede resultar reconocible en algunos aspectos. Sólo que ellos fueron los primeros y, entre tanta bandita nueva que viene de La Plata, vale la pena recordarlos (aunque eso suena a muerte y estos changos contra todas las leyes naturales siguen vivos). Un nombre extraño es siempre bueno para un grupo de rock. Y “Las Canoplas” no suena precisamente como “Soda Estereo”.

Un sustantivo atípico de entrada puede resultar una condena al ostracismo también. Sólo que todavía hay gente que entiende esto de la manera correcta: algunas cosas no deben hacerse para estar adentro de algo sino para mantenerse siempre afuera.

Angela Tullida tocó, al menos, dos veces con ellos. Extraña mezcla y buenos zapatos. Esos son los recuerdos


Para quienes aún no los conozcan aquí va algún material:


http://profile.myspace.com/index.cfm?fuseaction=user.viewprofile&friendID=170062351

http://www.youtube.com/watch?v=9UnSGReTmVw

martes, 21 de octubre de 2008

Adrenalina inyectable



Ingresó en el quirófano dormido. Bebedor, fumador y conocedor de algunas drogas, Damián, cayó en desgracia. Algunas molestias primigenias habían activado sus preocupaciones. Y los estudios confirmaron esas inquietudes: cáncer en un hígado. Pensó: alguien tiene que pagar lo que me toca. Y ese era su hígado. Así que se puso en manos del cuerpo médico.

Dejó atrás esa idea de que nueve de diez cosas malas en el transcurso de la vida de un hombre ocurren dentro del quirófano y se rindió a los hechos (con la “papa” no se juega). En su línea de pensamiento, Damián, confió en que en el peor de los casos no se daría cuenta de nada por su estado de inconsciencia gracias a las bondades de la anestesia. Error.
Una de las características de las intervenciones de hígado, según me comentó Michael Palace, baterista de AT que no sabe nada sobre medicina, es que en algún momento de la operación se le inyecta adrenalina al paciente para estimular no sé qué porquería en el organismo –Michael ni siquiera intentó una explicación en este sentido, cosa que le agradezco-
Bueno, Damián no conocía este pequeño detalle. Y sucedió que en medio de la faena, una vez que le habían extraído el órgano enfermo, sus ojos se abrieron repentinamente gracias a la inyección de adrenalina artificial. Es cierto que eso parecía un abuso innecesario por parte de la medicina moderna. Pero, Damián era de los que creía que si no se acepta el abuso uno no podría mantener casi ninguna relación en absoluto con otras personas. De hecho, él era de abusar y bastante de todo y de todos. En ese lugar blanco y prístino, además, su opinión valía menos que un sorete de perro en la vereda.
No sentía dolor, ni flagelación alguna. Del cuello para abajo seguía dormido por la peridural.
Lo que sigue, Michael, se encargó de relatarlo con entonación misteriosa. Resulta que el cirujano colocó el hígado negrusco y sin vitalidad en una bandejita de acero inoxidable que apoyo directamente en el pecho de Damián justo enfrente de sus ojos:

-“Flaco, ves eso: es el pucho” le dijo de repente este estudioso de los tratados atribuidos a Hipócrates. “Pensalo bien querido”, agregó y lo dejó así.

-“¡Q…qué mierda es esto, por Dios!”, quiso gritar Damián pero no pudo.

El hígado medio putrefacto seguramente también tenía muchas cosas que recriminarle como su madre, su padre, su mujer y sus hijos a quienes había eludido, abusado y desatendido por tanto tiempo. Así que prefirió quedarse callado. Y vivió para contarlo, cabe aclarar.

Michael le puso el oído a esta historia en la barra de un boliche, mientras Damián, devoraba un delicioso Camel. Del hígado, Hipócrates y toda esa runfla ni noticias.

domingo, 12 de octubre de 2008

Tato, el ahorcado



Algo había dejado de estar en su lugar. Quizás eran las tres gorritas puestas una arriba de la otra. O, la caja de fósforos familiar en el bolsillo de arriba de la camisa. Podría haber sido el hecho de que se paseara por los boliches con una bandeja de mozo en la mano juntando vasos. O, tal vez, los recorridos sin pausa por las líneas de subterráneos de Buenos Aires donde cayó hecho una galleta de nervios.

Tato Abate era muy conocido en Bariloche. Uno de esos pibes que está con quien hay que estar en el momento justo en los dorados años ochenta. Quizá su padre era abogado o contador o médico. En las ciudades chicas del interior, esas profesiones aportan buena ubicación social y seguridad económica.
Tato a eso de los 16 o 17 años podría definirse como un impune absoluto dentro de un paraíso natural detrás de la cortina turística. Vivía y le gustaba divertirse. Aunque entre bambalinas hacía travesuras con sus amiguitos de otras buenas familias barilochenses. Carreras de slalom ganadas en exclusivos club de esquí. Invitaciones a todas las fiestas de quince años. Zapatillas importadas. Novias bonitas y taradas. Amigos más tarados todavía. Buen aspecto: morocho, piel blanca y vestimenta impersonal de marca (nada desentonaba por fuera de su cerebro).

Pero, Tato, escondía cosas. Chupaba, fumaba y aspiraba todo lo que podía (y no estamos hablando de aspiraciones profesionales o artísticas, cabe aclarar). Un hermano más grande muy parecido a Mick Jagger y una hermana esquelética, también mayor, podrían haber sido una señal. Pero Tato era Tato, un chico que había ganado fama de medio estúpido, pero simpático y chistoso (lo primero era cierto; lo segundo no). Cruzabas dos palabras con él y emergía un pobre individuo que lo último que podría causarle a alguien era gracia.

Entre Bariloche y El Bolsón, cerca del "Cañadón del Diablo", dicen que vivía “el Francés”. Este hombre, una leyenda entre los cachirleros de la época, preparaba unos ácidos lisérgicos tremendos. Nadie de AT estaba en esa. Los odiábamos y despreciábamos en un periodo de adolescencia tortuoso. Aunque convivíamos, porque alrededor de ellos, en la estrecha sociedad sureña, revoloteaba el dulce sabor del éxito y el erotismo de cierta pertenencia culposa.

Padres de pobres diablos como nosotros querían que uno se pareciera a ellos. Esquiaban, que en Bariloche significa ganar carreras y todo eso, vestían bien, no querían tocar ningún instrumento y jugaban al golf en Arelauquen: una especie de lujoso country, hermético, corrosivo y pernicioso, ubicado en las laderas del cerro Otto.
Una noche con sus amigos, Tato, al que todos interpretaban como un payaso, clavó más de un ácido llegados directamente del laboratorio del Francés.
Nunca más volvió. Nunca más estuvo. Nunca más existió. Quedó colgado en un limbo lisérgico a los 17 y, allí, permaneció por mucho tiempo. Tal vez demasiado tiempo.
Ahí empezó lo de las gorritas superpuestas; la caja de fósforo y la bandeja para juntar vasos en los recintos nocturnos.
Recuperó, de todos modos, una extraña memoria, algo que intuyo era parte de su infierno.
Al encontrarlo varias veces por ahí empezaba: “Hola como te va (y decía tu nombre completo), cómo esta tu madre (y decía su nombre completo) y tu padre (y decía el nombre completo). Seguís haciendo (y se acordaba perfectamente lugares y fechas), y los chicos (te nombraba a todos tus amigos… con nombres completos)”. ¡Que mierda le pasa!, te preguntabas al instante.
Era temible: miraba fijo, pero nunca a los ojos, con el rostro rígido por los psicotrópicos y te escupía toda esa información como un autómata.

Tato terminó muy solo. Deambulando por una ciudad que le resultaba siniestra (por eso se sumergía en los subtes, imagino) y, sobre todo, sus amigos, esos que marcaban el pulso de un segmento social en un momento desaparecieron de repente ante el infortunio.

Entonces, Tato, un día se colgó con unos tiradores de su pantalón de esquiar. Dejó una ausencia, aunque pocos mediten sobre su caso... y con cierta lógica porque el chiste ya se había acabado hace rato.

QPD
A Tato la música le importaba un huevo. Pero se me ocurrió este homenaje:




martes, 7 de octubre de 2008

Amor a primera vista


Hace falta mucha ignorancia para predecir en casi cualquier aspecto de la vida. Y agradezco esa ignorancia a esta altura. Agradezco haber conocido a The Swans (http://www.swans.pair.com/ ) por la ignorancia de predecir que iba a gustarme incluso mucho antes de haber escuchado un acorde de su música.

Todavía en la secundaría, recuerdo haber encontrado una revista de música, no tengo presente cuál, donde aparecía una entrevista a Michael Gira, voz de Swans. Una curiosidad grande, porque creo que nunca más encontré en un medio nacional nada más sobre ellos. Gira me impactó de entrada. Supe que era para mi y recorté la foto de Swans –como hacían tanto pibes por aquellos años- y la pegué en mi carpeta de la escuela. Nunca los había escuchado y faltó bastante, casi dos años, para que pudiera hacerlo (en esa época había que pelear muchas batallas para dar con un disco). Esa foto me acompañó mucho tiempo como una clave en mi carpeta.

A principios de los noventa, durante el invariable viaje de egresados a Córdoba (¡los de Bariloche vamos a Carlos Paz!) compartimos habitación con PP y MP, miembros de AT, para inundarnos de cerveza y conocer el infierno de la ginebra Llave en botellita verde. Y cuando los demás arrancaban a las excursiones (recuerdo la apasionante propuesta del Laberinto) nosotros nos rajábamos a la ciudad de Córdoba a la disquería “El Perro”: un vergel de vinilos como nunca más he visto.

Apenas entré me encontré con la cabecera de una batea donde relucía la inclasificable tapa de Swans, con el signo $ en dorado. Lo agarré y corrí al mostrador para que me lo grabaran todo en un casette. El tipo me miró un poco extrañado y me preguntó: “¿Los escuchaste?” Y le dije que no. “Entonces te grabo un lado del cassete y te fijás”. Bueno, respondí (el tipo, un clásico de las viejas disquerías, tenía cara de que no le gustaba que le llevaran la contra). Y salí con mis primeras canciones de Swans. Confieso que no era exactamente lo que esperaba: resultaron atronadores, demenciales. No las pude volver a escuchar por un tiempo (me superaban). Pero me esforcé lo suficiente para no traicionar a ese amor a primera vista. Y, la conclusión, es que hoy es una de mis bandas preferidas de todos los tiempos. La única remera de un grupo que tengo es la de la tapa de un disco de Swans pintada a mano por Pancho Shoereder:
(http://tbn0.google.com/images?q=tbn:qb3_AsiJnhkBLM:http://www.swans.pair.com/IMG_PRODUCTS/loveoflife.jpg)

Después de esta anécdota, decidí hacer una pequeña encuesta entre amigos con esta consigna: ¿Qué banda te gustó antes de haberla escuchado?

Aquí van algunas respuestas.

Iván A. dice: “Todo el mundo me decía Roxy Music, pero jamás me gustó a pesar de que era una banda que "me tenía" que gustar. Ahora sí, las que me gustaron antes de escuchar, ya sea por recomendaciones de amigos o revista, son Robyn Hitchcock, The Sugarcubes, The Flaming Lips, Live 801”. (http://www.youtube.com/watch?v=0Tkh4AQCH9k&feature=related)

Alfredo S. cuenta lo suyo: “Dead Kennedys. Gran logo, gran nombre. Me enamoré de ellos cuando ví en una disquería de Flores la tapa de Frankenchrist en las que aparecen unos viejos decadentes manejando unos autos de juguete. Todos Tus Muertos: Idem. DK. Con un volante y la letra de El Espejo me convertí en un fan tres meses antes de ir a verlos al Parakultural. Lo peor es que la primera vez que los ví no tocaron El Espejo, el único tema que conocía (al menos por la letra) El Inquilino Comunista: unos vascos que cantaban en inglés y tenían, en mi humilde opinión, el mejor nombre (en español) de la historia”

(http://www.youtube.com/watch?v=Ds_TRSoQkJ0)

Daniel F. también tuvo flirteos de este tipo: “El grupo que sabía que me iba a gustar era Joy Division. Sobre todo por el nombre y por las pocas fotos que había visto o por la tapa de Closer. Y, más aún, porque siempre escuchaba hablar de ellos a Luca Prodan, en distintas notas, que los recordaba de sus años en Inglaterra, y que decía que justamente de ahí venía el título del primer disco de Sumo: "Divididos por la felicidad", o sea "Divided by joy"... Pero la verdad es que cuando finalmente los escuché me gustó más que nada la etapa "Warsaw", más punk...” (http://www.youtube.com/watch?v=FzTw4PYfROU)
Lucas C. dice esto: "Wire: el nombre seco y la tapa de A bell is a cup (con un caballo y un archivero sobre un fondo azul) hicieron que me gustara inmediatamente sin siquiera haber escuchado una sola canción. El disco estaba en una batea variopinta de una disquería barilochense. Amagué con comprarlo varias veces, pero no me decidía. Varios años después, en Buenos Aires, me compré Pink Flag y confirmé mis sospechas: me flipó. Psychedelic Furs: no tenía idea de quienes eran, pero el nombre era punchero. Escuché Pretty in Pink y me gustó. Me compré algunos discos después. Y están zafadores. Muchos años después, cuando vinieron a Buenos Aires a tocar, hablé con uno de ellos, y me resultó un zopenco. Los vi en vivo. Y resultaron un asco. Gran decepción. Me quedo sólo con el nombre y unas 10 canciones. Nada más".

Leandro U. comenta: "Leí el nombre de Jesus and Mary Chain y supe que me iba a gustar: después escuché Psycocandy y confirmé todo".
(http://www.youtube.com/watch?v=jYTpRWlQnf0)

Por supuesto, espero comentarios, historias y sugerencias…