martes, 21 de octubre de 2008

Adrenalina inyectable



Ingresó en el quirófano dormido. Bebedor, fumador y conocedor de algunas drogas, Damián, cayó en desgracia. Algunas molestias primigenias habían activado sus preocupaciones. Y los estudios confirmaron esas inquietudes: cáncer en un hígado. Pensó: alguien tiene que pagar lo que me toca. Y ese era su hígado. Así que se puso en manos del cuerpo médico.

Dejó atrás esa idea de que nueve de diez cosas malas en el transcurso de la vida de un hombre ocurren dentro del quirófano y se rindió a los hechos (con la “papa” no se juega). En su línea de pensamiento, Damián, confió en que en el peor de los casos no se daría cuenta de nada por su estado de inconsciencia gracias a las bondades de la anestesia. Error.
Una de las características de las intervenciones de hígado, según me comentó Michael Palace, baterista de AT que no sabe nada sobre medicina, es que en algún momento de la operación se le inyecta adrenalina al paciente para estimular no sé qué porquería en el organismo –Michael ni siquiera intentó una explicación en este sentido, cosa que le agradezco-
Bueno, Damián no conocía este pequeño detalle. Y sucedió que en medio de la faena, una vez que le habían extraído el órgano enfermo, sus ojos se abrieron repentinamente gracias a la inyección de adrenalina artificial. Es cierto que eso parecía un abuso innecesario por parte de la medicina moderna. Pero, Damián era de los que creía que si no se acepta el abuso uno no podría mantener casi ninguna relación en absoluto con otras personas. De hecho, él era de abusar y bastante de todo y de todos. En ese lugar blanco y prístino, además, su opinión valía menos que un sorete de perro en la vereda.
No sentía dolor, ni flagelación alguna. Del cuello para abajo seguía dormido por la peridural.
Lo que sigue, Michael, se encargó de relatarlo con entonación misteriosa. Resulta que el cirujano colocó el hígado negrusco y sin vitalidad en una bandejita de acero inoxidable que apoyo directamente en el pecho de Damián justo enfrente de sus ojos:

-“Flaco, ves eso: es el pucho” le dijo de repente este estudioso de los tratados atribuidos a Hipócrates. “Pensalo bien querido”, agregó y lo dejó así.

-“¡Q…qué mierda es esto, por Dios!”, quiso gritar Damián pero no pudo.

El hígado medio putrefacto seguramente también tenía muchas cosas que recriminarle como su madre, su padre, su mujer y sus hijos a quienes había eludido, abusado y desatendido por tanto tiempo. Así que prefirió quedarse callado. Y vivió para contarlo, cabe aclarar.

Michael le puso el oído a esta historia en la barra de un boliche, mientras Damián, devoraba un delicioso Camel. Del hígado, Hipócrates y toda esa runfla ni noticias.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Che, parece el argumento de una película que vio mi novia hace poco. Aunque, si se trató de una conversación de borrachos, no hay por qué dudar de este tal Damián. Y menos de la voz no-autorizada de Mr. Palace.