Las cañas estaban acomodadas como cañones. Apuntaban al cielo y del último pasahilo colgaba una campanita. El cielo gris, la amenaza de lluvia, no le movía un pelo. Jesús, así se llamaba el hombre, tenía una sabiduría masticada en horas y horas esperando que esa campanita de mierda sonara de una vez por todas y delatara el pique de algún bagre o “amarillo”. Desde que el río esta podrido por dentro y por fuera eso ocurre con la frecuencia de las erupciones volcánicas. Entonces, ¿qué queda? Pensar. Hasta el individuo menos pretensioso respecto del acongojante acto reflexivo caería en
“Flaco, mirá, yo me vengo acá para escaparme de casa”, dice como una obviedad, aunque por la traza de su rostro podría intuirse que se fugó de una cárcel de alta seguridad. “Es así. Las mujeres viven de la reacción: no tienen otra manera… Necesitan que pase algo para tener una opinión; con el tiempo todos sus pensamientos terminan siendo negativos y el único boludo que tienen adelante sos vos. Son negativas porque reaccionan y, tienen razón, porque las cosas que pasan son malas, pero a veces es mejor dejarlas pasar” comenta con la mirada fija en la campanita. “Tienen un aguante impresionante para cargar el tanque de angustia… llenan el tanque, lo bajan y lo vuelven a llenar varias veces en el día”, acomodó el relato. Parece que Jesús había llenado el tanque, pero de vino, porque las palabras salían un poco flojas y alargadas. “Sos casado”, interrogó. “Aaahh… entonces cagaste. En algún momento te va a pasar que todo lo que hacés está mal. Es como que necesitan de vos para putear, porque sino no tienen en qué pensar. Uno empieza contestando, se enoja; después tratás de no darle bola y elegís ser medio autista; al final te fugás. Los que tienen guita se van con otra, los que no, vienen a pescar, flaco, así de simple”, dijo.
-Tin,tin,tin, sonó la campanita.