viernes, 14 de noviembre de 2008

Castillo en llamas


Algunas jornadas son difíciles. Esta es una de ellas. No hay historias. No hay formas ni colores. 
Sólo me acuerdo de Ramón Castillo. El hombre vive en una pensión, Los Marios, en pleno corazón del barrio de Montserrat. 
Hasta acá uno podría preguntarse: y a quién porquería chusma podría interesarle esto. 
Bueno, aquí viene.

El hombre es el nieto del "viejito Castillo", nada menos que el ex presidente de la Nación. Castillo llegó a ponerse la banda por designios de la providencia cuando el cuerpo de Roberto Ortíz dijo "nooo vaaaa másss". Ahí apareció Ramón Castillo, una fría mañana del 27 de junio de 1942, en la Casa de Gobierno. Hasta ahora había sido el segundo en prácticamente en todo. Le quedaban dos años de administración del país, después de haber sido elegido en dudosas elecciones junto a Ortíz. El hombre, de todas maneras, agarró el fierro candente que era el país por aquellos días al igual que casi todos los días de la historia. 

Pero lo que quería contar no era tanto la historia del Ramón Castillo presidente, sino del Ramón Castillo indigente, alcoholico y derrumbado.
Después de desempeñarse como editor periodístico, según me contó una vuelta en el bar de los Gallegos, Ramón, un poco presionado por una mujer insaciable, decidió cambiar el rumbo de su vida. En su plan estratégico no había anotado el hecho de que no sabía hacer nada. 
Entonces, tomó un retiro voluntario de la empresa, decidió invertir y transformarse en un empresario independiente. Puso un parripollo por consejo de un amigo (de su mujer).

La cosa fue errática al principio. Más tarde complicada. Y al final catastrófica. La plata se fue y le quedaron varios kilos de pollo pudriéndose en el local.
Ahí, comentó Ramón mientras se le ponían lágrimas en los ojos, cayó en la cuenta de que su vida y la de su familia (mujer y dos hijas pequeñas) iba a cambiar a la fuerza. 

A Ramón lo echaron a patadas en el orto de su casa. Dejó de ver a sus hijas. Empezó a tomar más de lo normal. Amigos ya no tenía y quedó en la calle. 
Una vez le pregunté cómo es que un nieto de un ex presidente no tiene nada. No me imagino a ninguno de los herederos de la democracia,  por ejemplo, tendiendo la camita de media plaza en los humedales oscuros de la piecita en Los Marios.

El me contestó lacónicamente que eran otras épocas. Imaginé, de todos modos, que el robo y el peculado también existían en 1942, así que insistí. Pero no hubo una respuesta satisfactoria. Por ahí pensé que este idiota estaba tratando de encubrir a un antepasado que poco podría asistirle en estos momentos. Intuí, no obstante, que se trataba de algo parecido a la dignidad y la verguenza. Entonces abandoné el tema y lo invité otra cerveza.

Pobre Ramón. No puedo dejar de pensar en ese tipo.

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