lunes, 8 de septiembre de 2008

357 motivos




-Beto vivió sus últimos días en una pequeña cabaña –un rancho- de madera en Villa Los Coihues. Un lugar enmarcado por el cerro Otto por un lado, el lago Gutiérrez, en el vértice, y el pequeño cerrito, La Nona, en el otro extremo. Es una villa de montaña dentro del fenómeno turístico.

Aunque, en verdad, resulta una especie de pozo, donde cae toda la lacra “blanca” en algún momento de su existencia por esas tierras tan bellas y traicioneras. Un hueco receptivo que reúne toda la angustia, la soledad, frustración, rechazo e incomprensión.
En síntesis: el lugar ideal si uno quisiera dejarse caer y abandonarse. Nieva mucho y, una línea de colectivos (el 21, creo), une ese “paraíso” con el centro de Bariloche, distante a unos 20 kilómetros.

En el bosque, en apariencia inofensivo, se cuecen cosas complicadas. Resulta habitual escuchar hablar del “mal del Coihue”, una especie de afección que reduce la voluntad al mínimo y que deja a las personas en un permanente limbo.
El Coihue, el árbol, no se fuma, alcanza sólo con mirarlo, según dicen.

Beto siempre metió miedo. Por alguna razón llevaba el apócope de “Maléficus”. Todo el mundo lo conocía como: Beto Maleficus, incluso nosotros –algunos músicos de AT- con quienes trabó alguna relación. ¿Era malo? No lo creo. ¿Era bueno? Ni ahí.
Había curtido mucho gimnasio. Después empezó con la música. Al principio fue el metal. Después el hardcore y sus sucedáneos. Todo su cuerpo estaba dibujado con tatuajes. Andaba con un Citróen 3CV destartalado al que le había atado unos cuernos de un toro en el frente.
Siempre tenía un aire misterioso… maligno.
Hey, Beto en dónde andabas que no te veíamos…, por ahí, le decíamos.
–Es que no me hago ver, respondía.
Y nadie preguntaba más nada. De la bonhomía podía pasar a la furia en cuestión de segundos. Y, Beto, en asuntos de violencia, llevaba todas las de ganar, cabe añadir.

Tiene un hermano. Se llama Cangrejo –nadie conoce su nombre real-. Beto podía diferenciarse de él en que era “atomosféricamente” diferente: parecía tener un cerebro maquinando ahí adentro. Por lo demás, resultaban muy similares. Cangrejo siempre mantuvo un aire suavemente afable que no menoscaba el hecho de que podía aparecer en lugares públicos –playas llenas de gente, por ejemplo- blandiendo una motosierra o un hacha.
Cangrejo, sin lugar a dudas, un tipo muy feo –de ahí su bautismo-, posee un cuerpo apto para soportar todo el dolor del mundo: bajito, compacto, sin ondulaciones, duro y, de un color, que podría asemejarse al mal en estado puro. Fanático del hardcore y del skate, Cangrejo, a veces, organizaba un asado en su casa donde, obviamente, también esperaba Beto.
Llegabas y faltaba todo, menos, cantidades ingentes de cerveza. Siempre hacía frío, un frío insoportable. En los kilómetros, de noche, con las calles de tierra escarchadas, Bariloche, no es lo que todos creen que és. El elemento vital para empezar el fuego, la leña, en lo de Beto, no existía. Entonces, Cangrejo saltaba el alambrado con su motosierra y arremetía con furia contra los árboles. Se reía como un demente, en estado poseso, y cortaba todo a su paso Después se emborrachaban.

Botija, mi hermano, que gracias a Dios emergió del fondo más bajo del infierno, estuvo con Beto durante sus últimos meses. A ambos no les quedaba nada: a uno la mujer lo abandonó llevándose a su hijo, y al otro, la vida lo había marginado hacía tiempo.
Como sea, Botija cuenta estas cosas:
-“Estábamos solos, nadie nos quería y nos juntábamos para salir. Su casa era toda de madera con muebles viejos y hechos por él. Decía que una de las sillas la había fabricado el mismo tipo de la bomba atómica en la isla Huemúl. Llegabas a la casa y lo encontrabas solo, sentado en la mesa, con un montón de botellas de cervezas vacías y escuchando country bajito. Era lo que escuchaba ahora: música country”.

Beto, según relató Botija, vestía siempre botas tejanas todas raídas, un cinturón con una hebilla enorme, una camiseta musculosa y un sombrero de paja con un agujero. Había escrito en las paredes de su casa frases en alemán o algo parecido. Y aseguraba que unos mejicanos iban a traerle un helicóptero para bombardear todo –Botija sospechaba que buscaba un compinche en esa tarea-.

Dos pesas caseras hechas con plomo derretido descansaban al costado de su cama. También las cajitas de Clonazepán –que comía como caramelos- y una 357 cargada.

En mayo, Beto, se descerrajó un tiro en la cabeza. Cuentan que sus sesos pintaron la madera de la cabaña-rancho… Terminó así con su calvario que debe haber sido mucho. Y nadie lo va a recordar, porque no era nadie. El mundo no extraña a este tipo de personas, ni a sus historias.




QDP

Para Beto Maléficus (1974 -apróx- 2008) estos pequeños homenajes musicales que quizá le hubieran gustado:


3 comentarios:

Anónimo dijo...

a la pelota, que historia!!!!

Anónimo dijo...

Te felicito. Un relato digno de publicación. Excelente.

Anónimo dijo...

Muy buena historis, lo mismo si es ficticia o "real" todo lo escrito es ficcion ... un abrazo a los tullidos desde la plata.